martes, 15 de mayo de 2012

LEYENDAS




Provincia de Napo

La provincia del Napo tiene buenos atractivos turísticos para quienes gustan de la selva tropical, que es visitada por turistas que les gusta los paseos en bote por los ríos o simplemente observar la fauna y flora. Pero la característica más importante que tiene el visitante de esta provincia es que quiere relacionarse con los habitantes de la zona que son indígenas, además de querer conocer su cultura y tradiciones.

Mitos y Leyendas de la provincia de NAPO

EL DESEO DE LAS PIEDRAS
..
Esta es una leyenda muy conocida en la provincia de Napo, en la ciudad de Tena.

Dice la historia que en un rincón del río Jatun yacu, hace muchísimos años, existían dos grandes piedras. Una era macho, otra hembra. En las tardes de sol, conversaban de sus sueños y aspiraciones. Querían conocer el mar. El río, burlándose y riéndose, las salpicaba de espuma.

Un día de junio el cielo se cubrió de nubarrones y el sol se perdió tras ellos. Todo se oscureció como si fuese de noche. 



La gente de la comunidad vecina tuvo miedo.  Con el pánico en la voz gritaba... Parecía que habla llegado el fin del mundo. Un gran diluvio encharcó los senderos y un ruido descomunal se descolgaba en las cabeceras del Jatun yacu. 



A media noche todos abandonaron sus casas para refugiarse en los terrenos más altos. La creciente desbordó las aguas de sus cauces normales.

La piedra macho comenzó a rodar lentamente. En cada vuelta se escuchaban las maldiciones del supai que en ella habitaba. 



Era un espíritu varón, desagradable y maligno. Cuando bajó el nivel del río la piedra se encontraba en el Tereré, en Pañacocha, muy abajo del río Napo.
Allí espera el advenimiento de otro diluvio para llegar al mar. Cada año, cuando llega junio y el Jatun yacu crece enfurecidamente hinchándose como vientre de inflado con parásitos, en la oscuridad de la noche se oye el llanto de la piedra mujer que maldice su soledad y pide al río que la lleve junto a su amado... allá.., a Pañacocha. 





LEYENDA Y ORIGEN DEL RIO TENA
Muchísimos años antes de la sublevación del gran cacique Jumandy, más arriba de donde actualmente se asienta la parroquia del Pano, vivían unas doscientas familias quijos, procedentes de lo que es actualmente Archidona. Cuando se inicia esta narración el gran Curaca, celebra el nacimiento de su hijo, a quien puso por nombre Pano; mientras que en la comunidad del Calvario, llenando de felicidad a la familia del gran cacique nacía una hermosísima nińa, a la que le pusieron por nombre Tena. El tiempo pasó veloz, como vuelo de azulejo y Pano y Tena crecieron, transformándose ella en una bellísima mujer y él en un robusto guerrero. Pano hombre diestro en el manejo de las armas, con un grupo de jóvenes de su edad, participaba en una larga partida de caza. Cruzaron buscando animales, lomas y planicies, llenas de guaduales, pasos y pitones; era la época que maduraba la guaba y la chonta, las guantas y las guatusas se escabullían gordas y satisfechas. Los muchachos cansados por el esfuerzo realizado, acamparon a la orilla de un río repleto de carachamas. Cuando estaban tomándose el último mate de chicha, tintineó como campanilla de fiesta, un alegre coro de risas femeninas. Era la hermosísima Tena que con un grupo de compańeras, tomaban desnudas un bańo en un remanso del río. De este inesperado encuentro nació un intenso amor entre Tena y Pano y comenzaron a verse diariamente en un hermoso lugar junto a un gran árbol de caoba, ubicado en un recodo del río, sitio discreto y alejado de la murmuración. Pero como ningún secreto dura mucho tiempo, el padre de Tena se enteró del romance y prohibió terminantemente que continúen las citas clandestinas. Tena estaba prometida por su padre, al hijo de un gran Curaca de las cabeceras del río Misahuallí.



A partir de ese día, cuando Pano emocionado y tembloroso llegaba al lugar de sus encuentros amorosos, este siempre estaba solitario, hasta las aves que anidaban el gran árbol de caoba, se habían alejado del sector. El enamorado joven cayó en un estado de mutismo y depresión, el vigor de su juventud se extinguió rápidamente, sin que existiera enfermedad visible. Los shamanes se reunieron para tomar ayahuasca y estudiar el caso. Uno dijo que un poderoso banco (brujo mayor) de una comarca cercana le había enviado un mortal virote (dardo-maldición). Otro aventuró la posibilidad, de que el cuerpo del joven estuviera poseído por un maligno supay (diablo-demonio). Un tercero sostuvo, que Pano simplemente estaba enamorado de una bella y esquiva princesa. Pero a pesar de este último diagnóstico y a la terapia que le impusieron, el desconocido mal iba minando la salud del joven.

Pano ante la falta total de noticias de su amada, decidió inmolarse cometiendo suicidio para acabar con su vida, escogió lanzarse al río de aguas turbulentas y así desaparecer para siempre de la tierra. Tal como lo planificó lo hizo; saltando de una saliente cayó en lo más profundo del río y mientras era arrastrado por la correntada y giraba con los remolinos, iba llorando lastimeramente su desgracia. Las piedras y las garzas, las apangoras y carachamas, los yutzos y los pindos, las ranas y los grillos, todos se enteraron de su pena y dolor.

Una lluviosa tarde, cuando Tena triste y resignada a su suerte, tejía monótonamente sin ninguna prisa ni ilusión, una ashanga (canasta) para transportar los productos de la chacra, un pingullo pishco (ave de mal agüero) que se posó en una rama cercana con su canto aflautado, le contó el triste final de Pano. Tena agobiada por un inmenso dolor decidió seguir la suerte de su amado; huyó de la casa de sus padres, corrió y corrió por senderos y barrancos, por playas y lodazales y cuando ya no pudo más, se lanzó finalmente al agua y bajó arrastrada por la fuerte correntada, golpeándose contra las piedras y tostándose con el sol en los remansos.

Un hermoso día lleno de sol y mariposas se encontró con su amado, que bajaba llorando su desgracia, fundido con las aguas del río, que había tomado el nombre de Pano, y ella rendida de amor lo acogió en sus brazos, juntando los caudales de ambos ríos, que se hicieron uno para toda la eternidad. Pano y Tena de esta forma engendraron un solo río: El caudaloso Tena, que desde entonces corre alegre y rumoroso lamiendo las blancas playas y las orillas llenas de guabas, guayabas y orquídeas fragantes.

  


EL PUNGARA URCO: LA CASA DEL DIABLO
Mucho antes de que los jesuitas llegaran a Loreto y Archidona, un puńado de indígenas quichuas vivía ya en las faldas del cerro Pungara Urco (cerro de brea), hoy comunidad de San Pedro al Oriente del actual centro poblado de Muyuna. En esos días cuatro nińos desaparecieron en el río, por más que los buscaron no encontraron ninguna huella, así pasaron varios meses, hasta que dos mujeres que salieron en busca de agua no retornaron jamás.


Muy preocupados por estas desapariciones, se reunieron los moradores del lugar para consultar a sus guias espitiruales, los brujos. El más anciano, pero también el más famoso de ellos, vivía en las faldas del chiuta. Junto con él hicieron los ayunos rituales tres brujos más, durante cuatro días bebieron esencia de ayahuasca y guando y al final estuvieron de acuerdo en afirmar, que aquel peligroso lugar donde ocurrieron las desapariciones, estaba asentado sobre un antiguo cementerio y que los supais (diablos) eran dueńos de ese territorio porque algunas almas les pertenecían.


Los bancos (poderosos brujos) dijeron que para alejar a los espíritus era necesario emplear algunas hierbas ceremoniales y mucho ayuno, pero que además tenían que cancelar el precio estipulado y este consistía en cuatro guanganas (sajinos) y cuatro canoas llenas de pescado ahumado. Efectuado el pago los brujos se dedicaron a la tarea de exorcizar aquel siniestro lugar; por las tardes, uno de ellos, el que estaba de turno, acompańaba a las mujeres y a los nińos hasta el río y les mostraba las piedras negras, donde vivían los diablos.


Una noche especialmente oscura y lluviosa, los cuatro brujos se dirigieron al playón del río; llevaban consigo ollas, hierbas y algunos maitos, de los que ellos nunca dejaron ver su contenido. Nadie pudo asistir a la ceremonia de exorcismo, pero se escucharon con toda claridad insultos, gritos, maldiciones y silbidos. Luego vino la lluvia fuerte, copiosa y persistente. Se incrementó el caudal de las aguas del río y los animales que viven en sus riveras enmudecieron. Al día siguiente los brujos agotados pero satisfechos, informaron que habían expulsado a los diablos y que estos se habían refugiado en el cerro de Pungara Urco; recomendaron no bańarse en el río cuando sus aguas crecieran, no lavar la ropa en el río pasadas las 6 de la tarde y no pescar carachamas durante la noche. Después de haber dicho esto, les brindaron chicha de chonta y pescado ahumado y cada quien se fue para su comunidad.


Pasó el tiempo y cuando la normalidad parecía haber sentado sus reales en la comuna, una hermosa tarde de sol y bulliciosos pericos, una hermosa y lustrosa guatusa llegó a una chacra, el dueńo de la misma un joven cazador, las siguió sigilosamente hasta el cerro del Pungara Urco y no volvió más. Sus amigos y familiares angustiados lo fueron a buscar, encontraron varios senderos misteriosos y escucharon silbidos escalofriantes, que los invitaban a perderse en la selva; la gente temerosa tuvo que regresar y del cazador no se supo nada más.


En las noches de luna llena, casi al filo de la medianoche, quienes por desgracia se aventuran a pasar cerca del cerro de Pungara Urco, o se atreven a caminar a través de él, escuchan espantados gritos desgarradores, seguidos de una risa diabólica, que se alarga insistentemente como un eco. Y son pocos los que han podido escapar a este reclamo. A veces por los potreros o chacras de la comunidad de San Pedro, asoman venados, guatusas, sajinos y pavas del monte. Ya nadie los persigue, ni se deja engańar. Estos animales son los diablos, que buscan tentar a los hombres para atraerlos al centro del Pungara Urco y no dejarlos regresar jamás.





ALREDEDOR DEL FOGÓN O LA HORA DE LA GUAYUSA
Los indígenas de la amazonía no tenían la escritura, pero sí una gran memoria, su historia y sus conocimientos se podían admirar en sus artesanías y en sus narraciones.


Es costumbre entre las familias indígenas levantarse en horas de la madrugada a tomar guayusa, una infusión con un olor ligeramente aromático y color marrón oscuro, que se obtiene de las hojas del árbol del mismo nombre. Es una bebida diurética, vigorizante y medicinal; capaz de ahuyentar el sueńo y despertar la memoria, dejando que los recuerdos se desgranen en la mente de las personas.


Mientras que toda la familia se cobijaba junto al fogón y su agradable calor, ocupados en alguna labor como: torcer chambira, hacer ashangas (canastas) tejer shigras, preparar los maitos con el pescado o ahumar la carne de monte. El jefe de la familia narraba entonces sus recuerdos, que eran los recuerdos de todo el grupo familiar; desde los enfrentamientos tribales, hasta los mitos de la creación, y las burlas que a manera de enseńanza eran impartidas a los menos despabilados. Cuando la claridad del nuevo día se comenzaba a vislumbrar, se distribuían los trabajos entre la familia; la caza, la chacra, la pesca, etc.


Quienes hablan de la incultura de los indígenas de la amazonía, pecan por ignorar que ellos son el fruto de un pasado violento y cambiante. Desde tiempos muy remotos y a lo largo de las riveras de los caudalosos ríos, se asentaron diferentes pueblos y culturas, que vivieron chocando y mezclándose al mismo ritmo furioso de las aguas.


Cuando el hombre blanco llegó, trajo una nueva y sofisticada violencia que los obligó a evolucionar y adaptarse, por el temor de ser exterminados. En épocas no muy lejanas, las compańías petroleras los miraban como un estorbo que era necesario eliminar y en aras del progreso? Se cometieron con la gente y la selva, muchas barbaridades.


El asalto a los últimos vestigios de la cultura indígena parece difícil de detener, el hombre blanco llevado por la codicia los integra a su cultura, les brinda tecnología de destrucción como los tractores y las motosierras, con capacidad para destruir lo que parecía eterno. La selva húmeda tropical se ha mostrado mucho más frágil de lo que antiguamente se creía.


Esta postrera batalla, amenaza de muerte la delicada estructura de la vida indígena, sus legados ancestrales les son suplantados por costumbres nuevas, extrańas, negándoles la posibilidad de seguir viviendo su propio estilo de vida. Estos episodios recientes, se fijaron en la mente de los sobrevivientes, convirtiéndose en relatos que se recuerdan entre sorbos de guayusa y tragos de chicha fermentada caliente.


 EL GRAN CACIQUE DE LOS QUIJOS: JUMANDY
Cuando en 1563, Bartolomé Marín y Andrés Contero recorrían la zona del Sumaco, escucharon por primero vez el nombre de Jumandy pronunciado con mucho respeto por los indígenas, se enteraron que se trataba del más importante y aguerrido Cacique de los Quijos. Cuando por fin llegaron a la aldea donde se encontraba el gran Cacique Jumandy, este agasajó a Bartolomé Marín, y le pidió que no causara problemas en su territorio, porque el disponía de quince mil guerreros armados y listos para la guerra. Y tiempo después de este aviso, el 29 de noviembre de 1578, Jumandy al frente de sus hombres tuvo que rodear la ciudad de Avila, para impedir que se escapen los espańoles.


Después de la destrucción de Avila y Archidona, cuando se reunieron los Pendes y Caciques, nombraron por unanimidad a Jumandy como “El Gran Cacique de la Guerra”, para que condujera a los ejércitos quijos que iban a marchar contra Baeza. Jumandy inmediatamente se comunicó con los Caciques de las otras confederaciones de la amazonía y comprometió la ayuda de varios Caciques de la serranía, pues pretendía expulsar a los espańoles no solo de la amazonía, sino de toda la Real Audiencia de Quito. Este solo hecho lo convierte en uno de los héroes más importante del Ecuador y América.


Pero desgraciadamente no pudo realizar lo que había planificado, debido a que los habitantes de Baeza oportunamente alertados, habían traído de quito tropas de refuerzo. A Jumandy le traicionaron los Caciques de la Sierra, que avisaron a los espańoles de las intenciones de los Quijos.


Cuando Jumandy al frente de sus guerreros llegó a Baeza, fue recibido por el fuego nutrido de los arcabuces y aunque lucho con denuedo junto a sus hombres, tuvo que emprender la retirada hacia la selva, y es que solo el valor, las pucunas (cerbatanas) y las lanzas de chonta, no eran suficientes contra las armas de fuego del enemigo


Los soldados espańoles lo persiguieron día y noche, en su retirada Jumandy les preparaba emboscadas y atacaba de sorpresa a sus encarnizados perseguidores; pero al fin fue capturado y enviado a Quito, en donde fue juzgado por la Real Audiencia que lo condenó a muerte. Murió ahorcado junto con Beto, Guami e Imbate, en el sitio donde actualmente se encuentra la plaza de San Blas. Jumandy es uno de los grandes héroes americanos, que con su sangre y sacrificio nos mostró el camino de la libertad.